sábado, 22 de septiembre de 2007

Martin Gardner, casi me convences...

Ayer por la noche, comentaba con una persona que recién conocía mi interés por las matemáticas, y me dijo que justamente había comprado un libro de una colección que recién empezaba a venderse en los puestos de periódicos.

Me interesé, y hoy por la mañana fui a un puesto y compré el libro ¡Ajá! Paradojas que hacen pensar, de Martín Gardner (por cierto, el último que les quedaba, el primero de la colección, del cual ya salío el segundo y que no tenían). Lo abrí al azar y lo cerré sin más que haber mirado un dibujo.



Tomé un café y al salir del lugar donde estaba, abrí de nuevo el libro, al azar, y leí lo siguiente.

¡ El mundo es un pañuelo!

En nuestros días hay mucha gente convencida de que las coincidencias están provocadas por los astros u otras fuerzas ocultas.

Dos personas, por ejemplo, acaban de conocerse en el avión.

Paco: iAsí que es usted sevillano! Yo tengo allí una gran amiga, Lola Valdecilla, que es abogada. Jaime: ¡El mundo es un pañuelo!

¡Mi mujer y ella son grandes amigas! ¿Son inverosímiles este tipo de coincidencias? Los estadísticos han demostrado que no.

Casi todo el mundo se sorprende mucho cuando al conocer a un extraño -particularmente si es lejos de casa- descubre que tienen amigo común. Un grupo de investigadores en ciencias sociales del MIT, dirigidos por Ithiel de Sola Pool, llevaron a cabo un estudio de esta paradoja del «mundo es un pañuelo». Descubrieron que elegidas al azar dos personas en Estados Unidos, por término medio cada una de ellas conoce a unas 1.000 más. Se tiene entonces una probabilidad de 1 por 100.000 de que ambas se conozcan directamente. La probabilidad de que tengan un amigo común se eleva abrupta mente hasta un 1 por 100. ¡La probabilidad de que puedan quedar conectados a través de una cadena de dos intermediarios es en realidad superior al 99 por 100! Dicho de otra forma, si Brown y Smith son dos norteamericanos tomados al azar, es prácticamente seguro que Brown conoce a alguien que conoce a una persona que conoce a Smith.
El psicólogo Stanley Milgram ha estudiado el problema de la «pequeñez» del mundo seleccionando al azar un grupo de «personas remitentes». A cada una de éstas le fue entregado un documento que debía hacer llegar a un «destinatario» (desconocido para el remitente) que residía en un estado distante. Para ello debía enviar por correo el documento al amigo (entendido como alguien a quien el remitente trata por su nombre de pila) que juzgase con mayores posibilidades de conocer al destinatario, y éste, a su vez, reexpedido a otro amigo, hasta que finalmente llegase a manos de alguien que conociese al destinatario. Milgram descubrió que el número de eslabones de la cadena, hasta que finalmente el documento llegaba a su destino, oscilaba entre 2 y 10, con mediana en 5. Al preguntársele a la gente cuántos relevos estimaba que serían necesarios, casi todos calcularon que alrededor de 100.

El estudio de Milgram muestra cuán estrechamente están unidas las personas por intermedio de la red de amistades. No es, por tanto, sorprendente que dos desconocidos al encontrarse lejos de casa descubran tener un conocido común. Esta red explica también por qué otros insólitos fenómenos estadísticos, como la transmisión de habladurías, noticias sensacionales, informaciones confidenciales y chistes nuevos, se difunden con tanta velocidad.


En una primera lectura uno piensa, zas, se me vinieron todos los argumentos de la Sincronicidad al suelo.


Siguiendo la lógica de Don Martín, es aboslutamente probable que, ya que me intereso por la matemáticas le comente al primero que se me encuentre este interés, y es absolutamente probable que esa persona haya comprado un libro de matemáticas que acaban de publicar, y es absolutamente probable que yo consiga el último ejemplar en la primera librería que pregunto por el, y que es absolutamente probable que yo abra al azar el libro de 271 páginas justo donde hablan de que la Sincronicidad no existe, poniendo por caso a una abogada, que es el mismo ejemplo que yo utilicé en las primeras líneas de la primera entrada de este blog, como ejemplo para explicar que es la Sincronicidad.

Pues sabes que, Don Martín, para mi, esta coincidencia es significativa y no le encuentro una causa logica que la haya creado, por lo tanto, se merece el nombre de Sincronicidad.

Lo curioso es que, justamente una nota que niega la Sincronicidad, escrita en un libro sobre paradojas, me sirva para reconocer una Sincronicidad.

¿No es una paradoja?

No hay comentarios: